sábado, 31 de enero de 2009

Motricidad del Bebé

MADURACIÓN NEUROMOTRIZ

Cuando el bebé nace, no puede ejercer ningún movimiento voluntariamente.
Se ponen en marcha una serie de mecanismos reflejos, necesarios para sobrevivir. Por ejemplo, mama por reflejo. Como no regula esta actividad, al principio, suele succionar con mucha fuerza, (lo que también puede dolerle a la madre).
Todo lo que el bebé hace al principio es por reflejo, y luego, sobre esos reflejos, desarrolla la conciencia de su cuerpo, y de los resultados de las acciones y aprende a realizar los movimientos voluntariamente.

El sistema nervioso del recién nacido está inmaduro. No está capacitado para tener la movilidad de un adulto. El ser humano es el mamífero que nace más indefenso de todos: el mono al nacer ya se agarra de su mamá y gobierna varios movimientos.
El potrillo, se para en sus patas a los 40 minutos de nacido. En cambio el bebé recién nacido, está acostado, y no tiene otra posibilidad de moverse que por reflejo. Por ejemplo, si lo levantás, tenés que sostenerle la cabecita, porque él solo no puede hacerlo, ni conviene que se esfuerce a ello.
Reitero, esta "inmadurez neurológica" es absolutamente necesaria para podder nacer: si nacieramos con capacidad suficiente como para hacer lo que hacen otros mamíferos al nacer, el tamaño de nuestro cerebro no nos permitiría pasar por una pelvis que se ha estrechado al convertirnos en bípedos. Tenemos dos contras: cerebro más grande, pelvis más chica. ¿Qué recortamos entonces? El volúmen que desarrollamos al madurar el cerebro. Por eso nacemos tan vulnerables.

Y su maduración va a ocurrir de arriba hacia abajo: Primero, gobernará la mirada y luego los movimientos de la boca y dejará entonces de mamar como una aspiradora. Comienza a succionar por decisión propia, regulando la fuerza. Vas a notar que cuando succiona para alimentarse y cuando es para "amamantarse" (estar con mamá, vos te vas a dar cuenta). Mamar no es solo tomar leche. Maitena dice que es sintesis perfecta entre mamá y amar. Hay momentos en que ese chupu-chupu es tan necesario o más aún que la comida. A veces traga la comida en 10 minutos y después se queda 30 más de chupu-chupu.
Las desdichadas historias de los bebés que han sido internados en instituciones de cuidados, nos cuentan que solo sobreviven si tienen contacto amoroso con alguien. Ningún bebé ha sobrevivido si se lo ha unicamente alimentado o higienizado. No alcanza. Necesita(mos) del contacto, amor, mimos y que mejor momento que el de la comida, para hacerlo. Creo que incluso en la adultez, seguimos haciendo momento de comer la hora de estar en familia, con los amigos, de mimarnos y manifestarnos cuanto nos queremos, y cuando hay desordenes de alimentación, tienen que ver con un fondo de transtorno afectivo.

Otro signo de maduración y de conexión con el mundo externo:
¡¡¡¡¡Va a sonreir!!!!!!!! A proximadamente a partir de la 4ta o 5ta semana. Y ya no va a ser por expresión de satisfacción, sino por respuesta a tu mirada, a tu sonrisa, a tu voz (y al árbol, al perro y a lo que le llame la atención, más adelante ya se volverá más selectivo).
Luego comenzará a regular el movimiento del cuello y la cabeza: si está boca abajo, la va a levantar y cambiar de lado. Si está boca arriba, mirará hacia un costado y hacia el otro y la cabeza seguirá el movimiento lateral.
Comenzará a descubrir sus manitos. Antes, sus manos aparecian delante de sus ojos como por arte de magia y las miraba con sorpresa.
Es muy gracioso para nosotros verlos en sus movimientos como si estuvieran atrapando mariposas imaginarias. Pero un día vas a ver que intenta conducir el movimiento, y acerca sus manos, por ejemplo, a tu cara, al mamar. Y luego hacia los objetos que le llaman la atención.
¿Cómo sigue la maduración? Como mencionamos antes, de arriba hacia abajo.
Creo que la mejor manera de observar (y de permitir) la maduración de un bebé es que pueda experimentar su cuerpo en su totalidad.
Para ello, debemos reflexionar como va a pasar el bebé sus horas del día.

MOTRICIDAD GLOBAL

Emi Pliker, una médica húngara que dirigió un orfanato durante 30 años aplicó un criterio muy particular para ese momento y sobre todo muy efectivo para los niños:
Ella determinó que los bebés deberían estar acompañados entre ellos y no aislados en sus cunas.
Entonces los bebés estuvieron siempre en lugares llamados "parques" (corralitos como lo llamamos nosotros) con las siguientes caracteríticas: al menos de 3x3 metros, aislados del exterior normal donde suele haber lámparas o muebles puntiagudos, para que no se tiren cosas encima, solo por la cuestión de seguridad y organización: tenían muchos niños y debían agruparlos por edades.
Y ellos se hacían compañia durante el día. ¿el resultado? Pikler criaba niños que mostraban una marcada autodeterminación, seguros de sí mismos , que de adultos generaron familias felizmente conformadas, sin repetir el desdichado motivo por el cual habían sido abandonados.
La experiencia Pikler, muestra tener un compuesto emocional además del económico. Pikler sostenía que estos resultados, observados unicamente en su institución y no en otras era en gran parte producto de la posibilidad que se le daba a cada niño de conocer al mundo por si mismo, pero nunca sintiendose abandonado. Que esa calidad de experiencia además genera en la persona lo que hoy llamamos Pensamiento Lateral: llegar a un resultado desde distintos lugares, que es lo que tuvo que desarrollar el niño cuando aprendió a moverse y probar millones de posibilidades para moverse hasta encontrar la manera más efectiva de hacerlo para él o ella.

Lo más indicado es que el bebé pueda estar en un sitio amplio y seguro, estable. Puede ser una colchoneta de unos 4 cm de alto y de unos 2x2 (depende ya de tu lugar en la casa). Nunca la cama, porque ruedan y reptan antes de lo que crees. Loa objetos que estén a mano deben ser de bordes suaves (pueden ser juguetes para bebés o una panera, un trozo de de manguera, un pedazo de tela) y los accesorios (sillas, bancos, cubos sólidos, etc.) firmemente fijados al piso, para evitar accidentes.
El bebé necesita estar acostado, y ese será siempre su punto de partida para investigar el mundo de posibilidades del movimiento que desarrollará con su cuerpo.
¿Porque insisto con este tema?
Porque es vital no interferir en el desarrollo psicomotriz del bebé. Si él, por sus propios medios, no puede abandonar determinada posición, quiere decir que no está capacitado para adoptar otras posiciones y no deberiamos forzarlo nosotros.

DOS LUGARES A CUIDAR: LA CABEZA Y CUELLO, Y LA PELVIS

Para comenzar, ya viste que la maduración comienza de arriba hacia abajo, así que los primeros movimientos de motricidad gruesa serán de su cabeza y cuello: él está aprendiendo a sostenerla, él sabe hasta cuando y cuanto puede hacerlo. Cuando se cansa, plaf, la deja caer.
Si lo forzamos a la verticalidad, estariamos generando dos cosas muy negativas en él: por un lado sus minúsculas vertebras que están en pleno proceso de calcificación recibirán el enorme peso de la cabeza. Si esto sucediera recurrentemente, esas vértebras no tendrían la misma forma que si se hubiesen calcificado sin esa pesada influencia. Por otro lado, sus músculos paravertebrales (los que está aprendiendo a usar ahora y que él debe regular hasta cuanto y como) para sostener la cabeza se crisparán por reflejo para sostener tamaño peso generando molestas tensiones que dan origen a un estado de irritación generalizado del bebé, y que puede influir en su carácter posteriormente. Además como adquirió una posición interesante para él, pero solito/a no podrá conseguirla, requerirá permanentemente de la ayuda de un adulto (que suele aceptar el trato para que no llore y no sufra), por lo tanto estamos dándole la bienvenida a la nueva necesidad creada: buescar el contacto para que nos hagan, (muy distinto de buscar el contacto para querernos). Acabás de inventar un "capricho".
Nadie tiene que enseñarle nada. Él/ella tendrá que descubrirlo.
Pensemos que el bebé atado a una sillita o a un cochecito no puede experimentar ninguna libertad. Los bebés en esta situación suelen llorar mucho más que los bebés que no ven la hora de estar en el piso para "trabajar", es decir experimentar el desafío del movimiento libre, que cambia cada día.

Sentado
Según las pautas madurativas que figuran en los libros de textos sobre pediatría el bebé se sienta a los 6 meses. Esto es cierto, incluso a los 5 meses si lo colocás sentadito, sus reflejos de enderezamiento lo conservarán vertical. Un poco tambaleante, por cierto.
Además como la cabeza pesa, le suelen poner almohadones alrededor, porque en cualquier momento se da un cocazo, o se va para atrás.
Creo que lo peor de ponerlo en diferentes posiciones es la manera en que le vamos frustrando los aprendizajes. (Así esa cuando a los 6 años te va apedir que le hagas la tarea).
Si el bebé no tiene la menor idea de como llegó a esa posición, tampoco sabe abandonarla. Entonces , ¿como va a salir de ella? Gritando, para que mamá o papá o quien lo esté cuidando vaya a socorrerlo. Este estilo además totalmente desaconsejable porque el bebé vive frustrado, irritado y asustado: no sabe como llegó a estar a así, está molesto por todas las tensiones que se le arman, no disfruta de su cuerpo, no puede prestar atención a los juguetes. Por añadidura, se transformará en un bebé demandante por las cosas que no sabe hacer solito, pero quiere hacer, porque ya sabe que si son posibles: a todo bebé le encanta estar vertical, porque ve más cosas (¡curiosos!). No debemos subestimarlos de lo que no puede generar por si mismo.
Además, con respecto a la posición sentada hay un tema muy importante: la calcificación de pelvis.
Los huesos de la pelvis, al nacer, estan descalcificados: las tres partes de la pelvis que son palpables _isquiones, pubis y crestas ilíacas_ están más calcificadas que las ramas que los unen _isquio pubiana e íleo pubiana_ que aún están cartilaginosas.
Es muy necesario entonces que no reciba apoyo vertical, para permitir que la calcificación endurezca al hueso con la forma adecuada (idem con las vértebras verticales). Si la naturaleza dice que el bebé no se sienta (por si solo), entonces no lo sientes.
Cuando esa zona esté fuerte, él/ella ya habrá experimentado suficientemente con las partes de su cuerpo que está madurado neurológicamnete e integrado y en algún momento va a empujar con sus manitos y va a descubrir la cola como apoyo. De más está agregar el enorme placer que experimentará con ese logro.

viernes, 30 de enero de 2009

Hermanos: la ventaja de crecer juntos


A las mujeres nos sucede con frecuencia que, embarazadas por segunda vez, tenemos la sensación y el temor de que no podremos amar a un “otro” tan profundamente como amamos a nuestro hijo ya nacido. Es tal la potencia del amor, la vivencia completamente nueva desde que hemos devenido madres, que creemos que será irrepetible tamaña intensidad. Sin embargo, el corazón de las madres no se divide, sino que se multiplica con cada hijo que nace. Esto lo comprobamos recién cuando el segundo hijo ha nacido y el amor se instala con la naturalidad y el derroche de antaño. Una vez que hemos comprobado que no hay peligro, que podemos amar a dos hijos, luego a tres o a cuatro…desplazamos ese temor en nuestros propios hijos: suponemos que “ellos” no podrán amar a otro. Y que la presencia de un hermano, necesariamente será en detrimento de no sabemos bien qué, pero que será vivido como un hecho negativo para ellos.

A partir de ese momento, cualquier actitud molesta del niño, cualquier rabieta, llanto, enfermedad, mal humor, enfado, insatisfacción o inquietud, la interpretaremos desde el punto de vista del dolor o la incomodidad que supuestamente le ocasiona el hermano. Sin embargo, todos sabemos internamente que no hay nada más maravilloso que el nacimiento de un hermano, que es el ser más par, más cercano, más “hermanado” que tendremos a lo largo de la vida. Y si los padres decidimos tener más hijos para amarlos, lo lógico es compartir ese fin con nuestros hijos ya nacidos para ampliar y aumentar nuestro campo de amor.

La hermandad como experiencia concreta puede llegar a ser una de las vivencias más extraordinarias para un ser humano. Sin embargo tener hermanos no es garantía de que esos lazos de amor y proximidad emocional se instalen. Ni siquiera influye positivamente o negativamente que tengan poca diferencia de edad entre ellos o mucha, que sean del mismo sexo o que compartan habitación. La hermandad en su sentido profundo podrá desarrollarse siempre y cuando los padres sean capaces de atender las necesidades de unos y otros sin rotularlos, sin encerrar a cada hijo en un personaje determinado, sin considerar que uno es bueno y otro malo, uno inteligente y otro tonto, uno veloz y el otro lento. Esas afirmaciones aparentemente inocentes que los adultos perpetuamos durante la crianza de los niños, las utilizamos sin darnos cuenta para asegurarnos un rol estático para cada uno. Cuando un niño comprende que según sus padres es inteligente, o responsable o distraído o agresivo o terrible, intentará asumir ese papel a la perfección. Es decir, será el más terrible de todos o el más valiente de todos. Habitualmente cada hermano tendrá asignado un personaje para representar, alejándolo de ese modo de su propio ser esencial y también del ser esencial de cada uno de sus hermanos.

Por eso, nos corresponde a los padres estar atentos y observarlos limpiamente, en lugar de interpretar subjetivamente cómo creemos que son cada uno de ellos según nuestra perspectiva. Si insistimos en nombrar una y otra vez que tal es obsesivo, el otro es enfermo o el último es alegre, sólo lograremos provocar distanciamiento entre los hermanos, ya que se sentirán demasiado diferentes unos de otros. En cambio, si nos interesa ayudarlos a instalar la hermandad, será menester escuchar y comprender a cada hijo. Luego podremos traducir con palabras sencillas lo que hemos entendido acerca de ellos, acercando esos pensamientos al resto de nuestros hijos. De ese modo colaboraremos para que cada niño incorpore otros puntos de vista, otras vivencias y otros registros y pueda entonces amar a sus hermanos porque los ha comprendido.

La hermandad se instala entre los hermanos si los padres trabajan a favor de ella. La hermandad surge de la proximidad afectiva, del cariño, del deseo de ayudar, sostener, acompañar y nutrir. La hermandad se construye desde el día en que un niño ha nacido si los hermanos se saben imprescindibles para el recién nacido. Los niños mayores serán capaces de desviar sus intereses personales hacia el pequeño, sólo si sus necesidades básicas de protección, cuidados y mirada han sido satisfechas. Si el amor circula en la familia, cada nuevo miembro es una bendición, sin importar la diferencia de edad o las circunstancias familiares en las que se produce la aparición del niño. Nuestros hijos aprenderán a amar a sus hermanos si los incluimos en el mismo circuito de amor y dicha. Si demostramos la felicidad por la nueva presencia, si participamos todos en los cuidados del niño más pequeño, si respondemos a su vez a las demandas y necesidades específicas de los niños mayores y muy especialmente, si esos niños mayores están acostumbrados a ser mirados y escuchados genuinamente por sus padres. Es decir, las bondades de la hermandad podrán desplegarse dentro de una familia, si antes cada hijo se siente amado, importante a ojos de sus padres y especial.

Por el contrario, si los niños perciben sufrimiento, soledad, apatía o abandono emocional, el bebé recién nacido no logrará hacer crecer en sus hermanos la empatía ni el cariño. Ningún niño estará en condiciones de alimentar afectivamente a un hermano si está hambriento de cuidados, por más que sea mucho mayor en relación al pequeño o porque sus padres se lo demanden. De nada vale teorizar sobre el bien ni sermonear sobre lo que es correcto hacer, ya que cada niño podrá asumir espontáneamente el amor hacia los hermanos, sólo si realmente siente que el amor abunda a su alrededor. Y en todos los casos, somos los padres quienes tenemos la responsabilidad de la nutrición amorosa.

Amar a los hermanos no es un tema menor. Cuando tenemos la dicha de vivir la experiencia de la hermandad dentro de casa, luego podemos trasladarla a los demás vínculos humanos y sentir que casi cualquier persona puede constituirse en un hermano del alma. Y si es nuestro hermano del alma, no dudaremos en dar la vida por él. Ese derroche de amor y generosidad brotará de nuestro corazón si la hemos aprendido en la sencillez de la infancia.

Laura Gutman

jueves, 29 de enero de 2009

Colaborar en casa


Las tareas del hogar, es decir, esos pequeños actos cotidianos que nos procuran confort, higiene, bienestar físico y orden en el entorno inmediato; han perdido todo prestigio y valor social. Desde que las mujeres hemos logrado circular en el mundo externo, todo lo referente a “la casa” quedó desprovisto de visibilidad. Por lo tanto, pretendemos huir de ese lugar inexistente. Quien queda atrapado, es simplemente porque no ha logrado escaparse a tiempo.

Las mujeres cargamos con siglos de historia donde el encierro en el hogar y la responsabilidad del funcionamiento confortable constituían nuestra identidad. Vivíamos dentro de una cárcel emocional sin la movilidad ni la autonomía que ofrecían el “estar afuera”. Es comprensible que una vez que las mujeres hemos logrado cierto acceso a la libertad respecto al dinero y a la sexualidad, el hogar como terreno de obligaciones domésticas invisibles, sea vivido como un lugar donde nuestra estima queda lastimada.

Sin embargo, todos necesitamos un mínimo de orden y confort para satisfacer necesidades básicas de higiene y alimento. Alguien se tiene que ocupar.

Lo interesante es que todas las tareas domésticas son sencillas y hasta placenteras en sí mismas, pero el verdadero problema pasa por el valor que les otorgamos. Para las mujeres, es obvio que están teñidas de sometimiento y oscurantismo. Por lo tanto, raramente vamos a vivirlas como liberadoras -aunque despojadas de interpretaciones históricas- sean positivas y estén al servicio de las personas, incluidas nosotras mismas.
También tenemos que admitir que los varones no terminan de asumir que las tareas del hogar son dominio de todos nosotros y nos competen a todos los adultos por igual.

Por lo tanto, desde el hastío y la sensación de injusticia, transmitimos a nuestros hijos que las tareas del hogar son una obligación nefasta y que ya no encontramos allí identidad ni beneficio alguno. Frecuentemente “ordenar el cuarto” es una orden dirigida a los niños como castigo. Raramente “ordenamos juntos como parte del juego compartido”. Cuando pedimos colaboración a los niños, solemos estar ya enfadas, cansadas, sin paciencia y pretendiendo que ellos se hagan cargo de esa tarea “tan horrible” que nadie más quiere asumir.

También sucede que estamos ahondando la brecha entre “el adentro” y “el afuera”.
“Afuera” las madres y los padres trabajamos. “Afuera” los niños estudian y luego hacen múltiples actividades. En cambio “adentro” los niños permanecen pasivos (miran televisión) y los padres también estamos pasivos (miramos televisión). La actividad sucede afuera. La pasividad sucede adentro.

Quiero decir que no hemos incluido la actividad hogareña como parte de las relaciones inter-familiares. Tenemos la sensación que ser buenos padres es hacer algo “para ellos”. Acompañarlos a sus actividades, llevarlos de paseo, compartir viajes o vacaciones, ayudarlos con la tarea de la escuela, regañarlos para que tomen su baño. En fin, todo eso está muy bien y da cuenta de padres presentes que se ocupan de que sus hijos crezcan saludables y desplieguen su inteligencia. Pero fuera de eso, nadie siente ni cree que las tareas hogareñas pueden convertirse en algo íntimo y sencillo que podemos compartir, que nos atañe a todos por igual, que nos organiza y nos ayuda a madurar.

No es fácil ordenar los estantes, hacer las compras, llenar las alacenas, barrer, lavar o planchar la ropa con los niños dando vueltas alrededor, si creemos que esas tareas nos conducen nuevamente a un pasado aterrador y si lo hacemos velozmente y con hastío tratando en vano que los niños no nos molesten demasiado. Pero si pudiéramos detenernos y pensar qué tareas hogareñas podemos hacer con los niños, juntos, mientras conversamos o jugamos, veremos que algunas de ellas –no todas- son posibles. Va a depender de la edad de los niños, por supuesto. Y del tiempo que tengamos disponible, que ya sabemos, es muy escaso.

Posiblemente sea útil empezar por el hecho de cocinar juntos. A algunas mujeres nos gusta la cocina. No lavar la vajilla, claro. Pero cocinar tiene ese costado creativo muy cercano a los sentidos. Hasta un niño muy pequeño puede cortar algún alimento con sus manos, otros pueden lavar unas verduras, otros aprender a encender el fuego con cuidado. Hacer pasteles es algo que todo niño adora, sobre todo si es el primero en comerlo cuando esté horneado. Y eso puede llevarlo a que lave algunos utensilios utilizados, subido a una silla alta, aunque desperdiciemos algo más de detergente que el necesario. Lo hará tan maravillosamente bien, que lo nombraremos sub director de la cocina. Luego, no siempre serán pasteles, algunas veces será la sopa, que por primera vez será deliciosa para el niño si participó en su elaboración.

Limpiar no es tan atractivo. Sin embargo en lugar de pretender ordenar los juguetes de ellos, podemos tener ambos una escoba para el salón de la casa y barrer juntos, mientras alabamos las dotes de gran limpiador del niño en cuestión. Posiblemente quede tanto polvo como antes de empezar, pero mientras tanto hemos estado juntos. Y todos nos apropiamos de la casa como un lugar que nos invita a la actividad. Si se trata del cuarto de ellos, cada tanto nos sentaremos con ellos a ordenar, y a los pocos minutos van a descubrir algún juguete que no habían visto en mucho tiempo, perdido entre tantos objetos. Muy bien, que juegue. El niño sabe que estamos de todas maneras ordenando juntos. No es lo mismo que mirar televisión mientras la madre ordena sola y enfadada.

Es verdad que no será fácil sostener una colaboración permanente. Y también tendremos que abordar los acuerdos que hayamos podido alcanzar con el padre de los niños, si es que hay uno en casa. Básicamente, si los adultos encontramos la manera de compartir el orden y la higiene que necesitamos, será más sencillo incluir a los niños desde pequeños. Cuando sean mayores, podrán tener alguna responsabilidad específica, y será posible implementarlo si la colaboración en alguna tarea a favor de todos estuvo siempre presente en la familia.

Las mujeres y los varones hemos dado vuelta unas cuantas páginas de la historia. Ahora los acuerdos tácitos que perduraron durante generaciones respecto al poder, a la mujer como sirvienta y al hombre como amo, quedaron obsoletos. Sin embargo no estamos logrando aún verdaderos acuerdos para cohabitar. Ahí también tenemos un desafío, que puede suceder dentro de la invisibilidad del hogar, pero que es fundamental para la evolución de las relaciones humanas.


Laura Gutman

RECUPERANDO A LA MUJER PROHIBIDA (Casilda Rodrigañez)

La sexualidad destruída de la mujer
En nuestro orden social la sexualidad ha quedado reducida al falocentrismo adulto; es decir, lo que se entiende por 'sexualidad' es una pulsión adulta y que gira en torno al falo. Por 'acto sexual' todo el mundo entiende el coito. Sin embargo hay toda una sexualidad básica humana y femenina que no es falocéntrica.
Para cuando la civilización occidental empieza a reconocer 'científicamente' la sexualidad, la mujer lleva milenios arrastrando un cuerpo sometido a este orden falocrático, un cuerpo al que se le cortan las raíces desde el comienzo de su crecimiento, lo mismo que a un bonsai. El sexo femenino no existe, constata empíricamente Freud, a partir de lo que ve y del sesgo falocrático y misógino de nuestra civilización. En el panorama del orden sexual vigente, se determina que sólo hay un sexo, el masculino; y la mujer es sentida y definida como un varón sin sexo, castrado. Sin embargo, hasta el mismo Freud reconoció que había algo que se le escapaba, un ‘continente negro’ inexplorado... difícil de devolver a la vida, como si hubiera caído bajo una represión particularmente inexorable. (1)
Según la cultura falocrática del sexo único, el orgasmo femenino tiene que ser vaginal o clitoridiano; sin embargo, la psicoanalista y sexóloga francesa Maryse de Choisy (2), después de diez años de trabajo con cuestionario, afirma que aunque según sus investigaciones puede hablarse de cinco tipos de orgasmos (el clitoridiano, el vaginal, el cloacal, sin acmé o sin paroxismo y el cérvico-uterino), el orgasmo femenino más auténtico es el cérvico-uterino, por su profundidad, ritmo, intensidad y extensión. Por ejemplo, Maryse de Choisy dice que: apretando los muslos o los glúteos firmemente (las mujeres) alcanzan un tipo de orgasmo que arranca en algun punto muy profundo de su interior, sin ninguna otra estimulación. Asegura también que independientemente de cual sea la estimulación que da lugar al proceso orgásmico, en realidad, todos tienen su origen o su fuente (source= en francés) en el útero.
También Masters y Johnsons aseguran que en todo orgasmo femenino se producen ‘contracciones’ del útero, lo que nos viene a corroborar que, independientemente de cual sea la estimulación exterior, todos los orgasmos tienen en común unos movimientos rítmicos del útero, que nosotras preferimos llamar ‘latidos’ en vez de’contracciones’.
Esto explica la imagen de las sirenas, las mujeres-pez, que en la Antigüedad representaban la sexualidad no falocéntrica de la mujer. Las sirenas no podían tener relaciones coitales con varones, pero nadaban voluptuosamente como los delfines y bailaban la danza del vientre -del útero- en el agua.
Juan Merelo-Barberá (3) afirma que el centro del sistema erógeno femenino no es el clítoris, sino el útero, que empieza de latir propulsando olas de placer, cada vez que una mujer se excita sexualmente. Pero el útero es una bolsa de tejido muscular, y los músculos que no utilizan se agarrotan y pierden su elasticidad y su funcionalidad. Cuando nos escayolan una pierna un mes, luego tenemos que hacer ejercicios de rehabilitación para recuperar la función muscular... ¿Qué sería si esa pierna hubiese estado 20 ó 30 años inmovilizada? Los partos sin dolor y con placer existen, y ya no hace falta recurrir a lo que informa Bartolomé de las Casas de las mujeres del Caribe de hace 500 años o a las investigaciones realizadas por Merelo-Barberá y otros, puesto que los partos con placer y orgásmicos han sido filmados. De hecho la misma Biblia nos tenía que haber inducido a sospecha, porque dice 'parirás con dolor' en tiempo futuro, a la par de 'el hombre te dominará' y 'pondré enemistad entre ti y la serpiente' (que fue el mayor símbolo de la sexualidad femenina en las civilizaciones pre-patriarcales).
El parto con dolor, con el útero espástico (4), y la maternidad robotizada, sin el impulso del deseo, fue el gran logro de la paralización de la sexualidad de la mujer. Si en la era prepatriarcal la organización social se vertebraba a partir de la líbido femenino-materna (5), su eliminación fue el requisito previo para levantar la sociedad patriarcal.
Hace 4 ó 5 mil años, el Poder de un colectivo de hombres creó una sociedad basada en el sometimiento de la mujer. Este sometimiento incluía de una manera muy especial, su sometimiento sexual; es decir, se creó una sociedad basada en la violación sistemática de los deseos de la mujer. Independientemente de que esa violación en la práctica fuese más o menos forzada o violenta, según los momentos, poco a poco se consigue que el deseo de la mujer deje de ser relevante, hasta que se anula, desaparece y se limita a la complacencia falocrática. Las mujeres perdieron sus costumbres, sus reuniones, sus bailes voluptuosos, sus baños sensuales compartidos entre hermanas, madres, tías, abuelas...., el cuerpo a cuerpo con sus criaturas... perdieron la maternidad nacida del deseo y guíada por el placer de sus cuerpos: perdieron su forma propia de existencia, como dice Lea Melandri (6), una existencia impulsada por el latido del vientre; perdieron la libertad de sus cuerpo y la conciencia del mismo. El deseo sexual en la mujer pasó a ser considerado lascivo y deshonesto, para que cuando emergiera en la mujer, ésta se sintiera culpable y aborreciera y se distanciara de su propio cuerpo. Como dice la Biblia, las buenas esposas eran esclavas del señor, debían hablar lo menos posible y sentir vergüenza hasta de su marido; como madres patriarcales tenían la misión de introyectar el pudor y el recato en las hijas, convirtiéndose en la garantía de la paralización de todo atisbo de producción del deseo sexual de las futuras generaciones de mujeres. Se cortó de raíz el valor del cuerpo femenino y el desarrollo natural de la sexualidad de la mujer.
Por ello la mujer empieza a taparse con velos y a andar tiesa como un palo. La higiene se convierte en una asepsia que elimina el olor de nuestros flujos, que es un factor específico de atracción sexual (por ejemplo la mujer lactante atrae al bebé). Y los hábitos cotidianos de las posturas se rectifican; dejamos de sentarnos en cuclillas y se generaliza el uso de la silla; se va educando el movimiento del cuerpo con el objetivo de paralizar todo lo que se pueda los músculos pélvicos y los uterinos, para que nuestro vientre no se estremezca ni palpite y no aparezca la pulsión sexual.
Creo que es obvio que la sexualidad de la mujer (a diferencia de la del hombre) no es uniforme, no es siempre la misma; a lo largo de su vida, la mujer pasa por diferentes ciclos y estados sexuales, unos de mayor producción libidinal que otros, y sobre todo, de diferente orientación. El equilibrio emocional, tanto psíquico como orgánico, libidinal y hormonal, que sostiene nuestros cuerpos es un proceso ondulante, cíclico. Por eso la luna, que aparece en el cielo cambiando de forma cíclica, ha sido siempre un símbolo de la femeneidad. Y sin embargo funcionamos como si nuestra producción sexual y libidinal, fuese algo rectilíneo y siempre la misma.
Dejando de lado la sexualidad de la niña -la diferenciación de la líbido empieza antes de la pubertad-, no es el mismo estado sexual ni el mismo equilibrio hormonal el que tiene la mujer cuando ovula que cuando menstrúa. También es diferente el estado de la mujer grávida de la que no lo está, ni el de la mujer en el parto o despúes del parto, o durante la gestación extrauterina, o a lo largo de una lactancia prolongada, o cuando vivimos la pasión amorosa con adultos o adultas. Hemos perdido, a lo largo de la socialización patriarcal, la percepción del estado cambiante de nuestro cuerpo, de cómo lo sentimos, de nuestros diferentes flujos y de sus olores.
La generalización de la alineación sexual de la mujer en torno al falo se fue consolidando a lo largo de estos milenios de civilización patriarcal que mencionábamos antes. Esta alineación, respaldada con toda la fuerza de la ley, se consolida tanto a nivel psíquico como somático. El falocentrismo se va adentrando en el inconsciente, interiorizándose como un ordenamiento sexual que manipula nuestras pulsiones antes de hacerse conscientes, como veremos más adelante.
El parto, que es un episodio importante de la vida sexual de la mujer, deja de ser considerado como tal; esto es gravísimo porque la fisiología del parto está prevista para funcionar con el impulso de la emoción erótica. De hecho, para forzar el desencadenamiento del parto, la Medicina tiene que fabricar en laboratorio la oxitocina (que nos inyectan con los famosos goteros), la hormona llamada ‘del amor’ que se segrega naturalmente con la excitación sexual, porque no han encontrado otra cosa que abra el cérvix. Además como todo acto sexual, el parto requiere una intimidad para que el cuerpo pueda abandonarse a la emoción y a la relajación, intimidad que desaparece en el parto hospitalario (7). Todo esto, unido al desconocimiento de nuestro cuerpo y la pérdida de la confianza en él, junto con el miedo inculcado y la rigidez uterina resultante de la represión sexual durante la infancia, nos hace hacer todo lo contrario de lo que el parto requiere; contraídas, llenas de miedo, entregamos nuestra confianza a las autoridades de la Medicina, que -cesáreas aparte- no pueden saber ni hacer lo que sólo el cuerpo sabe cómo y cuándo hacer. El decúbito supino es una posición contraria al parto: el canal de nacimiento se estrecha y se alarga, y además la posición horizontal va en contra de la fuerza de gravedad; pero sobre todo, en esa posición la mujer no puede hacer fuerza con los músculos pélvicos; en cambio, en cuclillas se puede hacer toda la fuerza necesaria con los músculos pélvicos para impulsar el avance del bebé, el canal de nacimiento se acorta y la salida va a favor de la fuerza de la gravedad. Parir en decúbito supino supone alargar el parto, poner dificultades al avance del bebé, facilitar el atasco y la falta de oxígeno; es tan absurdo como defecar en esa posición. Sólo tiene una lógica: la manipulación médica y agravar el sufrimiento de la madre y del bebé. Obligar a la mujer a parir en esa posición es una violencia gratuita e innecesaria; es la imagen de la sumisión y de la negación de nuestros cuerpos.
Todavía quedan zonas fuera de Occidente, donde se sabe que el parto y la maternidad son episodios de la vida sexual de una mujer. Las mujeres de la India visualizan los pétalos de la flor de loto abriéndose para abrir el canal del nacimiento, un abrir suave, sin violencia alguna; claro que no se les ocurre ponerse a parir en decúbito supino, en medio de focos, entregadas a las órdenes de las autoridades médicas. En zonas de Arabia Saudita las mujeres bailan la danza del vientre entorno a la parturienta hiponotizándola con sus movimientos rítmicos ondulantes para que también ella se mueva a favor del cuerpo en lugar de moverse contra él (8).
Hablar del placer de parir suena a marciano, pero es tan real como difícil para la mujer socializada en el imperio falocrático. A pesar de todo, hay algo muy importante que debe saberse: inmediatamente después del parto, incluso aunque éste haya sido doloroso y violento para la madre y la criatura, hay una oportunidad de recuperar la autorregulación del proceso sexual de la maternidad. Son las dos ó tres horas inmediatas después de la salida de la criatura. En ese lapso de tiempo se producen las mayores descargas de oxitocina de toda nuestra vida sexual (7), así como de otras sustancias opiáceas como las endorfinas. Si nos dejan un poco en paz, nos sentiremos invadidas de oleadas de placer y de felicidad al sentir a la criatura recien salida en nuestro vientre y succionando el pezón. Este fenómeno fisiólogico está filogénticamente establecido para organizar el acoplamiento o simbiosis de la exterogestación y se le conoce con el nombre de 'impronta'. La extero-gestación (que dura más o menos un año, pero que es muy intensa los dos primeros meses) es el único periodo realmente simbiótico de nuestra vida. La atracción libidinal, como dice Michael Balint (9) entre madre y bebé produce y mantiene el estado de simbiosis, es una atracción mutua de índole sexual que corresponde a un nuevo estado sexual de la mujer y de la criatura, tan placentero y gratificante para la mujer como para el bebé. Dice Balint que se trata de la carga (o catexia) libidinal mayor de toda la vida humana, porque debe mantener la atracción mutua de la simbiosis, confirmando lo que ya dice el indicador hormonal. Y aunque ahora podamos sobrevivir con leche y calor artificial, el contacto piel con piel que corresponde a la producción libidinal sigue siendo necesario no sólo psíquicamente, sino también orgánicamente, para la formación de las sinapsis neuronales, la coordinación neuromuscular, el sistema inmunologico, etc. Se ha demostrado que de la emoción dependen la producción de ciertas enzimas y otros moduladores químicos necesarios para la maduración psicosomática de la criatura humana. Lo peor no es que el pezón que chupamos sea de plástico, sino el cuerpo que falta detrás del chupete o del biberón, es decir, la destrucción del cuerpo a cuerpo con la madre y el bloqueo de nuestro desarrollo sexual básico.
Actualmente se separa sistemáticamente a la criatura recién nacida de la madre, con la excusa de lavar y de inspeccionar clínicamente a la criatura; esto produce la interrupción de la impronta, y es una negación de la sexualidad femenina, uno de los estados de mayor placer de nuestras vidas; y también la de la misma criatura, que queda dañada de por vida (a esto se le llama ‘falta básica’).
Hablar del placer y del deseo de amamantar suena también a algo extravagante, hasta tal punto hemos perdido las pulsiones sexuales. Las mujeres lo consideran una lata y dejamos a l@s bebés con biberones y canguros para irnos a trabajar. Sin embargo, amamantar puede ser sumamente placentero, un placer que se percibe en los pechos y en el útero y en la vagina, pues hay conexiones o 'meridianos' de placer entre los pechos y el útero, tal y como lo expresaban en el arte pre-patriarcal trazándolos sobre los cuerpos en pinturas o esculturas.
Según Michel Odent (7) durante la lactancia, la líbido de la madre se orienta hacia el bebé, lo cual le lleva a este científico a cuestionar la pareja monogámica (lo cierto es que incluso en la sociedad actual, muchas mujeres que amamantan a sus criaturas pierden el deseo hacia sus compañeras/os).
La maternidad, que hoy se realiza de forma robotizada, sin el impulso del deseo y de pulsión libidinal (y que está a cargo de la Medicina como si de una enfermedad se tratara) es en realidad una etapa de la vida sexual de la mujer. El grado de castración de nuestros cuerpos es el necesario para dejar la reproducción humana a merced del orden establecido. Y la represión exterior va cediendo cada vez más terreno a la interior, a la pérdida de la conciencia de nuestros cuerpos, la autoinhibición y la sumisión inconsciente.
La sumisión inconsciente
Los padres de nuestra civilización descubrieron lo que hay que hacer para convertir un toro en un buey y poder utilizar su fuerza sumisa para tirar de la carreta o labrar los campos: castrarlo cuando es muy pequeño; entonces inventaron la ganadería, tener un montón de vacas, de ovejas o de lo que sea, reproduciendo lo que interesa; se trata de dominar a la especie en cuestión para reducir su vitalidad sin matarla del todo para poder explotar la producción de esas vidas mutiladas. Este arte de la dominación, de la devatación y de la explotación lo aplicaron a la sociedad humana, para conseguir ejércitos para las guerras de conquista, y esclavos para el trabajo forzado. En la especie humana, había que manipular la capacidad reproductora de la mujer para manipular las criaturas nada más nacer y criarlas en la carencia, en la represión y en el miedo, para ir formando el acorazamiento psicosomático necesario tanto para la crueldad y la competitividad del guerrero como para la resignación del esclavo; en este proceso, como dice Amparo Moreno (10), es imprescindible que la madre amante y enamorada de su criatura se transforme en madre patriarcal capaz de reprimirla en lugar de complacerla, capaz de anteponer los objetivos de su promoción social a su bienestar inmediato; por eso había que eliminar el latido del vientre de la mujer, la pulsión del deseo sexual que impulsa la reproducción, acabar con la pasión de la madre amante; por eso la prohibición de la expansión de la sexualidad femenina desde la niñez; la prohibición de la sexualidad compartida de las mujeres, el quitarlas sus costumbres y su espacio vital donde el útero palpitaba; y la implantación de un status social de inferioridad que posibilitase todo el sometimiento.
Aunque a lo largo de estos milenios de patriarcado, el arte y la técnica de la domesticación han variado, siempre ha habido una combinación de la represión exterior (por la fuerza física, la coerción sibilina y las incentivaciones en la escala social) con la represión interior (el propio autoconvencimiento y autoinhibición de la mujer). Es cierto que en algunos momentos puntuales, y seguramente al principio, cuando las oleadas kurgas invadieron los pacíficos asentamientos matrifocales de la Antigua Europa (11), hubo sólo represión exterior pura y dura (ahora también cuando la sumisión voluntaria de la mujer no les funciona, los hombres la emplean); pero también es cierto que desde los comienzos se pusieron en marcha mitos e incentivaciones destinadas a convencer a la mujer y lograr su sumisión cada vez más voluntaria y cada vez más inconsciente.
Hoy por hoy la socialización de la mujer en Occidente produce una estructura psíquica y un adiestramiento corporal en la mujer, que hacen que nosotras mismas, como dice Lea Melandri reproduzcamos nuestra propia autodestrucción. (6) Todo empieza cuando al nacer nos encontramos que nuestra madre no está ahí como mujer con su cuerpo de mujer en gestación extrauterina, sino como mujer del hombre y para el hombre; cuando aprendemos de nuestras madres a mirarnos a traves de la mirada del hombre (Melandri). Nosotras solas en nuestra cuna y ella en la cama con papá: esa es la imagen de 'lo que debe ser' (el deseo del cuerpo a cuerpo es adulto y falocéntrico); y es, a la vez, lo que saca de la conciencia lo prohibido, 'lo que no debe ser,' (el deseo del cuerpo femenino-materno), para que nunca podamos evocar esa imagen, ni podamos imaginarnos ese valor básico y fundamental de nuestros cuerpos; porque tan importante es que la mujer prohibida quede fuera del orden social, como que quede fuera de nuestra imaginación. Así se construye una sexualidad adaptada al orden patriarcal, con la infravaloración y la percepción falsa de nuestros cuerpos, que sólo deben gustar al hombre: la introyección del falocentrismo.
Lo prohibido no se dice, se silencia y se oculta detrás del tabú del incesto, para que no se sepa que este tabú es ante todo la prohibición de una mujer que era incompatible con un determinado modelo de sociedad, y que por ello quedó perdida en el origen de esta civilización.
La supresión del cuerpo a cuerpo con la madre (12) es la base de la construcción de los paradigmas de hombre y de mujer, de los géneros que hacen funcionar esta sociedad; sus consecuencias están directa e inmediatamente relacionadas, entre otras, con el origen de la violencia, con la interiorización psíquica de las relaciones de Poder y de sumisión, y con la transformación del derramamiento del amor en relaciones de posesividad. La herida psicosomática que se inflige a la criatura humana que nace de una madre libidinalmente aséptica y robotizada, es decir, patriarcalizada, se ha constatado en distintos campos del conocimiento. El golpe que recibe la criatura humana es un cuestionamiento de su existencia; el shock, el miedo, la ansiedad y la tensión muscular son las de alguien ante la proximidad de la muerte. La supresión del cuerpo a cuerpo con la madre y la desaparición de la sexualidad no falocéntrica de la mujer es la mutilación o la poda de las raíces humanas que convierten el árbol en un bonsai.
La socialización es un proceso de manipulación de la herida producida por la falta de madre, y de la ansiedad que mana de esta herida. Por eso lo simbólico es tan importante y actúa con tanta eficacia: porque nos atrapa en lo más hondo y además inconscientemente. El contenido de esta manipulación, que tiene lugar a lo largo del proceso de socialización, es un permanente chantaje emocional: para que te den un poco de lo que te han quitado tienes que obedecer y cumplir las reglas establecidas. Uno de los principales objetivos de esta socialización es el de canalizar el anhelo y la ansiedad que manan de la herida hacia el orden falocrático y hacia la pareja, esa pareja en la que se saciará todo el anhelo y se encontrará la plenitud del deseo sexual.
Así se codifica o se define este deseo como adulto y falocéntrico (cuando originariamente no lo era, era un deseo del otro sexo silenciado); durante la infancia nos dicen que toda pulsión sexual es ´pecado´, porque eso sólo corresponde a l@s adult@s cuando 'se casan'. Entonces crecemos pensando que nuestro anhelo es encontrar al príncipe azul, al hombre de nuestra vida, y que toda nuestra energía sexual será absorbida y colmada por la media naranja. Sólo cuando se cumple puntualmente la Ley y se realiza el paradigma (encontramos al principe azul, o la media naranja) nos veremos libres de ansiedad, y también por eso el menor desajuste o crisis de inadaptación a la norma provoca tanta ansiedad y depresiones: porque deja al descubierto la herida primaria. La sublimación de la falta básica, claro está, es diferente en las niñas y en los niños, y ahí arranca la construcción de los géneros, y todo el sistema de identidad, que tienen profundas raíces emocionales e inconscientes. Cuando realizamos los paradigmas del género femenino y del género masculino establecidos, al mismo tiempo que afirmamos las instituciones que sostienen el orden social (el Matrimonio o la Pareja estable heterosexual y mongámica), afirmamos también nuestra existencia cuestionada; por eso los géneros están tan arraigados individual y socialmente y son tan difíciles de cuestionar.
Y sin embargo el cuestionamiento de los géneros es imparable porque las cosas no funcionan según el mito de la media naranja; de hecho el mito de la media naranja en el que proyectamos de niñas nuestros deseos de vida y de felicidad, es una imagen engañosa.
En primer lugar se ofrece la imagen de la simbiosis de las dos mitades de la naranja, como proyecto de vida adulta. Pero la simbiosis sólo pertenece a la etapa primal, cuando necesitamos estar en brazos, permanentemente fusionados para comer, tener calor, estar protegid@s, movernos, etc. La líbido adulta (excepto el estado de exterogestación de la mujer) se produce para fusiones discontinuas, no para un estado de fusión o simbiosis permanente. Entonces la trampa está en que se ofrece la imagen de la naranja, que se sabe que no es cierta, para atrapar y canalizar el anhelo simbiótico del cuerpo materno. Por eso no existe príncipe azul que pueda colmar dicho anhelo. En este camino emocional desaparece de nuestras vidas el cuerpo de la madre y su significado.
En segundo lugar, nuestra sexualidad no se complementa unívocamente con la del hombre. El mito de la media naranja ofrece la imagen de una complementariedad recíproca, cuando la mujer, aún la que tiene prácticas heterosexuales habituales, tiene estados sexuales y pasa por ciclos de su vida en los que su líbido no se orienta hacia el hombre. El orden simbólico falocrático proyecta la imagen de simetría entre los dos sexos, para así dejar fuera de la imaginación y de la realidad toda la sexualidad femenina no falocéntrica. ¿Cómo no va a haber crisis de pareja en general, y de la pareja heterosexual en particular? La pareja estable adulta, es un paradigma falocrático, no pertenece a la sexualidad natural del género humano.
En tercer lugar, a lo largo de nuestras vidas el deseo no se queda fijado siempre en la misma persona; nadie honestamente puede decir que sólo ha querido a una sola persona en su vida. Por eso cuando la ley cede terreno y reconoce el derecho a ser coherente con los sentimientos (en apariencia al menos) el matrimonio y la familia entra en crisis. En la familia tradicional, las relaciones entre los cónyuges y entre los padres y l@s hij@s se mantenían estables, haciendo cada cual lo que le tocaba, porque se asumía la ley, no porque fuese el desarrollo natural de los sentimientos. Ahora los padres se quejan que l@s hij@s no sienten respeto ni cuidan de sus viej@s, las parejas se deshacen cada dos por tres, etc. etc. Y así seguirá siendo mientras que no recuperemos las relaciones armónicas entre los sexos (que presupone el reconocimiento del sexo femenino y la asimetría de las funciones de cada sexo).
En cuarto lugar, las dos mitades de la naranja nos las presentan como dos mitades homólogas, mismo volumen, mismo peso, etc. Esto esconde la relación de Poder del género masculino sobre el femenino. Aunque no sea una ley escrita (hoy supuestamente la ley reconoce igualdad de derechos etc. etc.), el Poder del sexo masculino está inscrito en el inconsciente colectivo, desde que el colectivo hegemónico de varones inventó el sistema de otorgar a cada hombre, por ser hombre, una cuota de la potestad de la patria sobre la vida y la muerte de sus mujeres, de la descendencia de sus mujeres y de sus sierv@s (y no es casualidad que la figura jurídica de la patria potestas siga conservando este nombre en nuestros códigos civiles), y esto lleva milenios de puesta en práctica, de elaboración concreta y de rodaje, y por eso el machismo y la pre-potencia masculina siguen estando plenamente vigentes. Y por eso cuando los hombres entran en situaciones límites de desesperación pegan, violan y matan a sus mujeres, para autoafirmar su ego con el que tratan de resarcir la existencia cuestionada: porque es mía y por eso hago lo que quiero. El paradigma del género masculino, que se resume en el nombre del 'padre', lleva incluido la patria potestas, el poder sobre la mujer y l@s hij@s; el del género femenino, la sumisión. Por mucho que de palabra digamos que es apoyo mutuo, amor, protección y respeto, sabemos que ahí está la relación de poder y sumisión, dentro de la naranja.
En quinto lugar, el restablecimiento de la armonía entre los sexos no tiene nada que ver con la complementaridad de ningún ‘ego’, ni masculino ni femenino, sino con la recuperación de lo que la antropología llama ‘sistema de identidad grupal’ (la percepción de cada cual como parte de un grupo). Recuperar la mujer prohibida significa recuperar su función social, y ésta no es una función individual, sino grupal, de los grupos de mujeres. Y lo mismo se puede decir para una condición masculina no patriarcal (13).

Bibliografia
(1) Freud, Sigmond (1931) Sobre la sexualidad femenina Tomo III Obras Completas Ed. Biblioteca Nueva, Madrid 1968
(2) De Choisy, Maryse: La guerre des sexes Ed. Publications Premiéres 1970
(3) Merelo-Barberá, J. Parirás con placer. Kairós, Barcelona, 1980.
(4) Reich, W. : Reich habla sobre Freud Ed. Anagrama. También en Leboyer, F. El parto: crónica de un viaje, Ed. Alta Fulla, Barcelona 1998
(5) Según la antropóloga Martha Moia (El no de las niñas laSal ed. de les dones, Barcelona 1981) el primer vínculo social estable de la especie humana no fue la pareja heterosexual... sino el conjunto de lazos que unen a la mujer con la criatura que da a luz... (que) se expande al agregarse otras mujeres... El ginecogrupo (y no la pareja heterosexual) es la primera forma de organización humana original y universal... que se estructura a partir de exigencias ... culturales y no instintivas.. no es un resto de una forma de organización entre varias posibles, sino la original a partir de la cual se derivarán todas las variables conocidas. Esto lo corrobora J.J. Bachofen (Mitología arcaica y derecho materno ed. Anthropos, Barcelona ) en su estudio basado en la literatura griega antigua, según la cual la organización social se vertebraba desde 'lo maternal' (muttertum); sin embargo la incorrecta traducción de 'muterlich' (maternal) y 'mutertum' (lo materno) que casi por norma han sido traducidas por 'matriarcal' en todas las versiones en castellano, oscurece este estudio.
(6) Melandri, Lea: La infamia originaria Ed.Ricou, Barcelona 1980
(7) Odent, M. El bebé es un mamifero Ed. Mandala, Madrid 1990
(8) V.V.A.A. Mamatoto: la celebración del nacimiento. Plural ediciones, Barcelona 1992.
(9) Balint, M. La Falta Básica Paidós, Barcelona 1993 (10 publicación: Londres y Nueva York 1979)
(10) Carta de Amparo Moreno a la Asociación Antipatriarcal, Boletín n1 4, Madrid, diciembre 1989.
(11) Lerner, Gerda La creación del Patriarcado, Crítica, Barcelona 1990.
(12) Irigaray, Luce: El cuerpo a cuerpo con la madre la Sal ed. de les dones Barcelona 1985
(13) Ver nota (5): además del concepto de 'ginecogrupo' de Moia, hay muchísimos datos que suministra la antropología sobre el carácter colectivo de la función femenina, como las 'tábula' de Malinowsky (The sexual life of savages in North-Western Melanesia. Beacon Press, Boston 1987). En cuanto a la condición masculina, los 'polipáteres' de Bachofen también es muy significativa. Según este autor, en la sociedad prepatriarcal cada niñ@ tenía muchos 'padres' que l@s cuidaban: este término de 'polipáteres' responde al enfoque patricéntrico y a la incapacidad de Bachofen de salirse de la perspectiva patriarcal, pero su significado no deja dudas en cuanto al carácter colectivo de la función masculina.
Nota : Para más información sobre el tema de la sexualidad femenina, pueden consultarsenuestros libros: La represión del deseo materno y la génesis del estado de sumisión inconsciente (MadreTierra 1996), El asalto al Hades (Traficantes de Sueños 2001), en el artículo 'Matricidio y estado terapéutico' del nº 25 de la revista Archipiélago, en el monográfico de la revista Ekintza Zuzena 'La sexualidad de la Mujer', y en la ponencia 'Tender la urdimbre' en el I Congreso Internacional sobre parto y nacimiento en casa, Jerez octubre 2000.


Este artículo ha sido publicado en la revista MUJERES PREOKUPANDO, Valencia 2004.

Declaración sobre el llanto del bebé

Hombres y mujeres, científicas y profesionales que trabajamos en distintos campos de la vida y del conocimiento, madres y padres preocupados por el mundo en el que nuestros hijos e hijas van a crecer, hemos creído necesario hacer la siguiente declaración:
Es cierto que es frecuente que los bebés de nuestra sociedad Occidental lloren, pero no es cierto que sea normal. Los bebés lloran siempre por algo que les produce malestar: sueño, miedo, hambre o, lo más frecuente y que suele ser causa de los anteriores, la falta del contacto físico con su madre u otras personas del entorno afectivo.
El llanto es el único mecanismo que los bebés tienen para hacernos llegar su sensación de malestar, sea cual sea la razón del mismo; en sus expectativas, en su continuum filogenético no está previsto que ese llanto no sea atendido, pues no tienen otro medio de avisar sobre el malestar que sienten ni pueden por sí mismos tomar las medidas para solventarlo.
El cuerpo del bebé recién nacido está diseñado para tener en el regazo materno todo cuanto necesita, para sobrevivir y para sentirse bien: alimento, calor, apego.
Por esta razón, no tiene noción de la espera, ya que estando en el lugar que le corresponde, tiene a su alcance todo cuanto necesita.
El bebé criado en el cuerpo a cuerpo con la madre desconoce la sensación de necesidad, de hambre, de frío, de soledad, y no llora nunca.
Como dice la norteamericana Jean Liedloff, en su obra "El Concepto del Continuum", el lugar del bebé no es la cuna ni la sillita ni el cochecito, sino el regazo humano.
Esto es cierto durante el primer año de vida y los dos primeros meses de forma casi exclusiva (de ahí la antigua famosa cuarentena de las recién paridas).
Más tarde, los regazos de otros cuerpos del entorno pueden ser sustitutivos durante algún rato.

El propio desarrollo del bebé indica el fin del periodo simbiótico: cuando se termina la osificación y el bebé empieza a andar.
Entonces, empieza poco a poco a hacerse autónomo y a deshacerse el estado simbiótico. La verdad es obvia, sencilla y evidente.
El bebé lactante toma la leche idónea para su sistema digestivo y además puede regular su composición con la duración de las tetadas, con lo cual el bebé criado en el regazo de la madre no suele tener problemas digestivos.
Cuando la criatura llora y no se le atiende, llora con más y más desesperación porque está sufriendo.
Hay psicólogos que aseguran que cuando se deja sin atender el llanto de un bebé más de tres minutos, algo profundo se quiebra en la integridad de la criatura, así como la confianza en su entorno.
Los padres, que hemos sido educado en la creencia de que es normal que los niños lloren y de que hay que dejarles llorar para que se acostumbren y que, por ello, estamos especialmente insensibilizados para que su llanto no nos afecte, a veces no somos capaces de tolerarlo.
Como es natural si estamos un poco cerca de ellos, sentimos su sufrimiento y lo sentimos como un sufrimiento propio.
Se nos revuelven las entrañas y no podemos consentir su dolor.
No estamos del todo deshumanizados.
Por eso, los métodos conductistas proponen ir poco a poco, para cada día aguantar un poquito más ese sufrimiento mutuo.
Esto tiene un nombre común, que es la administración de la tortura, pues es una verdadera tortura la que infligimos a los bebés, y a nosotros mismos, por mucho que se disfrace de norma pedagógica o pediátrica.
Varios científicos estadounidenses y canadiense (biólogos, neurólogos, psiquiatras, etc.), en la década de los noventa, realizaron diferentes investigaciones de gran importancia en relación a la etapa primal de la vida humana.
Demostraron que el roce piel con piel, cuerpo a cuerpo, del bebé con su madre y demás allegados produce unos moduladores químicos necesarios para la formación de las neuronas y del sistema inmunológico. En definitiva, que la carencia de afecto corporal trastorna el desarrollo normal de las criaturas humanas.
Por eso los bebés, cuando se les deja dormir solos en sus cunas, lloran reclamando lo que su naturaleza sabe que les pertenece.
En Occidente se ha creado en los últimos 50 años una cultura y unos hábitos, impulsados por las multinacionales del sector, que elimina este cuerpo a cuerpo de la madre con la criatura y deshumaniza la crianza.
Al sustituir la piel por el plástico y la leche humana por la leche artificial, se separa más y más a la criatura de su madre. Incluso se han fabricado intercomunicadores para escuchar al bebé desde habitaciones alejadas de la suya.
El desarrollo industrial y tecnológico no se ha puesto al servicio de las pequeñas criaturas humanas, llegando la robotización de las funciones maternas a extremos insospechados. Simultáneamente a esta cultura de la crianza de los bebés, la maternidad de las mujeres se medicaliza cada vez más; lo que tendría que ser una etapa gozosa de nuestra vida sexual, se convierte en una penosa enfermedad.
Entregadas a los protocolos médicos, las mujeres adormecemos la sensibilidad y el contacto con nuestros cuerpos, y nos perdemos una parte de nuestra sexualidad: el placer de la gestación, del parto y de la exterogestación, lactancia incluida.
Paralelamente las mujeres hemos accedido a un mundo laboral y profesional masculino, hecho por los hombres y para los hombres, y que por tanto excluye la maternidad; por eso la maternidad en la sociedad industrializada ha quedado encerrada en el ámbito privado y doméstico.
Sin embargo, durante milenios la mujer ha realizado sus tareas y sus actividades con sus criaturas colgadas de sus cuerpos, como todavía sucede en las sociedades no occidentalizadas. La imagen de la mujer con su criatura tiene que volver a los escenarios públicos, laborales y profesionales, so pena de destruir el futuro del desarrollo humano.
A corto plazo parece que el modelo de crianza robotizado no es dañino, que no pasa nada, que las criaturas sobreviven; pero científicos como Michel Odent (1999 y www.primal-health.org), apoyándose en diversos estudios epidemiológicos, han demostrado una relación directa entre diferentes aspectos de esta robotización y las enfermedades que sobrevienen en la edad adulta. Por otro lado, la violencia creciente en todos los ámbitos tanto públicos como privados, como han demostrado los estudios de la psicóloga suizo-alemana Alice Miller (1980) y del neurofisiólogo estadounidense James W. Prescott (1975), por citar sólo dos nombres, también procede del maltrato y de la falta de placer corporal en la primera etapa de la vida humana.
También hay estudios que demuestran la correlación entre la adicción a las drogas y los trastornos mentales, con agresiones y abandonos sufridos en la etapa primal.
Por eso, los bebés lloran cuando les falta lo que se les quita; ellos saben lo que necesitan, lo que les correspondería en ese momento de sus vidas.
Deberíamos sentir un profundo respeto y reconocimiento hacia el llanto de los bebés, y pensar humildemente que no lloran porque sí, o mucho menos, porque son malos.
Ellas y ellos nos enseñan lo que estamos haciendo mal.
También deberíamos reconocer lo que sentimos en nuestras entrañas cuando un bebé llora; porque pueden confundir la mente, pero es más difícil confundir la percepción visceral.
El sitio del bebé es nuestro regazo; en esta cuestión, el bebé y nuestras entrañas están de acuerdo, y ambos tienen sus razones.
No es cierto que el colecho (la práctica de que los bebés duerman con sus padres) sea un factor de riesgo para el fenómeno conocido como muerte súbita.
Según The Foundation for the Study of Infant Deaths, la mayoría de los fallecimientos por muerte súbita se producen en la cuna.
Estadísticamente, por lo tanto, es más seguro para el bebé dormir en la cama con sus padres que dormir solo (Angel Alvarez www.primal.es).
Por todo lo que hemos expuesto, queremos expresar nuestra gran preocupación ante la difusión del método propuesto por el neurólogo E. Estivill en su libro "Duérmete Niño" (basado a su vez en el método Ferber divulgado en Estados Unidos), para fomentar y ejercitar la tolerancia de los padres al llanto de sus bebés.
Se trata de un conductismo especialmente radical y nocivo teniendo en cuenta que el bebé está aún en una etapa de formación.
No es un método para tratar los trastornos del sueño, como a veces se presenta, sino para someter la vida humana en su más temprana edad.
Las gravísimas consecuencias de este método, han empezado ya a ponerse de manifiesto.
Necesitamos una cultura y una ciencia para una crianza acorde con nuestra naturaleza humana, porque no somos robots, sino seres humanos que sentimos y nos estremecemos cuando nos falta el cuerpo a cuerpo con nuestros mayores.
Para contribuir a ello, para que tu hijo o tu hija deje de sufrir YA, y si te sientes mal cuando escuchas llorar a tu bebé, hazte caso; cógele en brazos para sentirle y sentir lo que está pidiendo. Posiblemente sólo sea eso lo que quiere y necesita, el contacto con tu cuerpo.
No se lo niegues. Cuando un recién nacido aprende en una sala de nido que es inútil gritar... está sufriendo su primera experiencia de sumisión. (Michel Odent)

Para más información, te recomendamos los siguientes libros:
Nuestros hijos y nosotros, M.F. Small, Ed. VergaraVitae (Buenos Aires)
Bésame mucho, Carlos González, Ed. Temas de Hoy
El Concepto del continuum (En busca del bienestar perdido), Jean Liedloff, Ed. Obstare
El bebé es un mamífero, Michel Odent, Ed. Mandala

miércoles, 28 de enero de 2009

El Arco Iris tiene muchos colores

Da la sensación que podemos coger la luz con nuestras manos cuando está reflejada en la diversidad de colores. Extasiados por la belleza, permanecemos atónitos ante la aparición del arco iris surcando el cielo. Ese reflejo difuso nos trae un instante de inocente felicidad, unos segundos de explosión de magia entre el final de una lluvia y los tenues rayos del sol. Rojos, morados, violetas, azules, verdes, naranjas y dorados coexisten entre sí, porque todos son uno. Y si uno de estos colores faltara, simplemente no habría luz.

Así como es arriba es abajo, dicen los sabios que saben. Si en el cielo la diversidad es moneda corriente, debe ser porque aquí abajo nos necesitamos unos y otros con nuestras diferencias. No sólo el bajo necesita del alto para tomar la manzana del árbol, sino que el alto necesita del bajo para encontrar la piedra preciosa. El delgado necesita del robusto para lanzar la piedra y el robusto necesita del delgado para correr. El niño necesita al adulto para ser cuidado y el adulto necesita al niño para sanar su corazón.

Hay momentos en que algunos nos juntamos con otros parecidos y decidimos que “nosotros” somos los buenos y los normales, también los santos, los saludables, los correctos y los inteligentes. Por lo tanto, determinamos que los “otros” que son también bastante parecidos pero no lo suficiente, obligatoriamente son malos y anormales, pecadores, enfermos, incorrectos y tontos. Desde ya, es posible que ellos opinen sobre nosotros exactamente lo mismo que nosotros opinamos sobre ellos. Pero poco importa, porque de todas maneras no nos interesa lo que piensan ni sienten ni dicen. Nosotros somos nosotros y ellos son ellos, o sea, son diferentes. Y si son diferentes, preferimos alejarnos. Y al alejarnos, serán cada vez más diferentes y más desconocidos y más peligrosos.

La paradoja es que podemos ser buenos en la medida que haya alguien que no sea tan bueno…de lo contrario ¿cómo sabremos que somos buenos? Si no hay pecadores, ¿cómo es posible saber si somos santos? Si no hay mentes brillantes ¿cómo medimos nuestra ignorancia? Y sobre todo, si no hay generosos ¿cómo registramos nuestro egoísmo?

Esa es la sabiduría de la diversidad. Sólo en la diferencia podemos conocernos. Sólo si los demás poseen virtudes diferentes a las propias, podemos comprender qué tenemos y qué nos falta. Por eso ni siquiera se trata de “aceptar” las diferencias. Se trata de comprender que sin las diferencias, no “somos”. Es decir, que para “existir” y tener alguna entidad, necesitamos a aquellos que son diferentes a nosotros. Como el rojo necesita del azul y el violeta necesita del anaranjado. O sea que el acercamiento al “diferente” no es sinónimo de altruismo, sino apenas la capacidad de reconocer una necesidad vital propia.

Todos los padres de niños “diferentes” a otros lo saben. Es el niño “supuestamente diferente” quien nos trae conocimiento, nos dice quiénes somos, y nos indica nuestras falencias. Pobres todos nosotros.

Laura Gutman

Las Mujeres Sabias

Con la ilusión y la ambivalencia de devenir abuelas, las mujeres maduras nos disponemos a afrontar esta nueva etapa, procurando ofrecer a nuestros nietos lo que quizás no pudimos ofrecer a nuestros hijos: tiempo disponible.
Sin embargo, la “abuelidad” tiene un objetivo mucho más pleno y necesario, que es la función de transmitir los secretos de la maternidad a las mujeres más jóvenes, ofreciendo nuestro conocimiento acerca del mundo interior, ya que ahora no necesitamos alimentar al niño, sino que superamos ese rol nutriendo espiritualmente a la comunidad de mujeres que devienen madres. Es posible que en el pasado hayamos padecido situaciones penosas, y a partir de esas vivencias hoy podamos optar entre dos posturas: ser duras y críticas desaprobando el modo en que ellas crían a sus hijos –con lo cual nuestras hijas necesitarán distanciarse de nosotras- o bien abrir el corazón con nuestra experiencia de antaño a cuestas, y ponerla al servicio de las madres jóvenes apoyándolas, comprendiéndolas, aceptándolas, amándolas y admirándolas. Y así constatar la cercanía y el entendimiento que podemos producir entre las diversas generaciones, cosa que redundará a favor del niño.
Es verdad que hemos desmerecido globalmente la sabiduría profunda de las mujeres maduras a causa de la mala reputación que han adquirido las arrugas y algunos cabellos blancos. Pero que nuestro físico pierda fuerza y belleza en la madurez es imprescindible para desapegarnos de lo aparente y sumergirnos en la complejidad del ser. Si quedáramos muy atadas a lo físico, difícilmente estaríamos dispuestas a zambullirnos en lo insondable de la vida espiritual. Necesitamos la belleza de las arrugas, el grosor de la piel algo más curtida y la fluidez de los tejidos un poco más blandos, para desparramar la sabiduría de la experiencia sobre quien esté dispuesto a aprovecharla.
Tengamos en cuenta que hoy son muchas las mujeres jóvenes con niños en brazos necesitando huir del hecho materno. Si las mujeres maduras estamos dispuestas a revisar nuestra historia sin aferrarnos a ella, y si logramos darnos cuenta que tal vez hemos sido innecesariamente hostiles o severas en el pasado, podremos resarcirnos abriendo las puertas de la conciencia femenina para que nuestras hijas y nueras puedan transitar el camino de la maternidad con mayor sostén, apoyo y generosidad. Sólo entonces mereceremos ser llamadas mujeres sabias.
Laura Gutman

Premio Maternidad

El mismo será otorgado a aquellos blogs que sean ricos en información sobre Maternidad.
1-Este blog elegido deberá publicar el premio en un post con un enlace al blog que lo entregó.
2-Deberá elegir 3 blogs para hacer entrega del mismo, realizando una lista con sus nombres y links.


¿Los niños necesitan límites o presencia materna?

Solemos determinar que un niño “no tiene límites” cuando “pide” desmedidamente o cuando su movimiento constante nos distrae o nos reclama atención. Sin embargo, antes de juzgarlos y rotularlos en su comportamiento, tratemos de ponernos en su lugar, de imaginarnos en su cuerpo y en su confusión, en la imposibilidad de comunicar lo que genuinamente necesita. El niño utiliza el mismo sistema confuso de pedir “lo que puede ser escuchado” y no lo que realmente desea. Ya ha constatado que lo que molesta, siempre es prioritario en la atención de los demás.

Cuando los adultos no logramos reconocer con sencillez y sentido lógico una necesidad personal, tampoco podemos comprender la necesidad específica de un niño, y menos aún si está formulada en el plano equivocado. Sin darnos cuenta, pedimos lo que creemos que será escuchado y no lo que realmente necesitamos. A este fenómeno tan frecuente y utilizado por todos nosotros, lo denomino: “pedido desplazado”.

Por ejemplo: las mujeres necesitamos que nuestro esposo nos abrace y nos diga cuánto nos ama. Sin embargo en lugar de explicitar nuestra necesidad afectiva, le rogamos que se ocupe de cambiar al bebé. Cuando un deseo es expresado a través de otro deseo, aparece el malentendido. Inconscientemente solicitamos algo diferente de lo que necesitábamos, por lo tanto no obtenemos lo deseado, y así nos sentimos incomprendidas, desvalorizadas y enfadadas. En el plano emocional, cuando no sabemos lo que nos pasa o no lo podemos explicar, obviamente nada ni nadie logran satisfacernos.

En relación a los niños, esta situación es tan corriente que la vida cotidiana se convierte en “un campo de batalla”. Levantarse para ir a la escuela, comer, bañarse, ir de compras, hacer la tarea, llegar o irse de algún lugar, ir a un restaurante en familia; todo parece ser “un gran malentendido” donde todos terminamos molestos. Y hemos encontrado un rótulo muy de moda aplicable a casi cualquier niño y a casi cualquier situación: “a este niño le faltan límites”

El tema de los límites -como se lo entiende vulgarmente- es un problema falso, ya que no se vincula con la autoridad o la firmeza con que decimos no. Al contrario, se resolvería fácilmente si fuésemos capaces de acordar entre el deseo de uno y el deseo del otro con sentido lógico para ambos. Y para ello se necesita capacidad de escucha, una cierta dosis de generosidad, reconocimiento de las propias necesidades, y luego la comunicación verbal que legitime y establezca lo que estamos en condiciones de respetar sobre el acuerdo pactado.

Nos preguntamos cómo hacer para que nuestros niños se comporten bien, sean amables y educados y puedan vivir según las reglas de nuestra sociedad. Sin embargo, estos “resultados” no dependen tanto de nuestros consejos, -y mucho menos de nuestro autoritarismo- sino de lo que podemos comunicar genuinamente. Para ello se requiere un trabajo de introspección permanente. No puedo contar qué me sucede si no sé qué me pasa de verdad. Luego, es necesario saber lo que le pasa al niño. Y sólo después será posible llegar a acuerdos basados en el conocimiento y la aceptación de lo que nos pasa a ambos. Si queremos niños dóciles y comprensivos, tendremos que entrenarnos en la dulzura hacia ellos y hacia nosotros mismos.

Por otra parte, ir en busca del pedido original del niño, requiere un conocimiento genuino sobre las necesidades básicas de los más pequeños. Los adultos consideramos con frecuencia que “ya son demasiado grandes para...” Invariablemente deberían lograr algo que aún les resulta inalcanzable como habilidad: jugar solos, no chuparse el dedo, permanecer en las fiestas de cumpleaños sin nuestra presencia, dejar el biberón, no interrumpir cuando los grandes conversan, quedarse quietos, estudiar solos, no mirar la tele, no molestar, etc.

Pero lo verdaderamente complejo, es que la presencia comprometida de los padres es escasa. Cuando los niños “no tienen límites, piden desmedidamente o no se conforman con nada”, están reclamando desplazadamente presencia física y también compromiso emocional. De hecho, cuanto más insatisfechos estén los niños, más reclaman, menos los toleramos y más los adultos los echamos de casa porque nos desgastan. Los enviamos a pasar largas jornadas en las escuelas, fines de semana en casa de los abuelos, múltiples actividades extra escolares…ahondando la desconexión y el abismo que nos separa.

Un niño que nos exaspera es simplemente un niño necesitado.

Por eso el tema de los límites es un problema falso. Cuando hablamos de límites, hay que considerar nuestras capacidades de comunicación y de franqueza con la que nos dirigimos a nuestros hijos.

Esto no significa que debamos soportar la tiranía de caprichos absurdos. Al contrario, el niño no es libre de hacer cualquier cosa, pero nosotros tampoco. Se trata de preguntar al niño qué necesita, en qué lo podemos ayudar, y se trata de relatar también qué nos sucede a nosotros los adultos y qué estamos en condiciones de ofrecer. Luego, haremos algunos acuerdos posibles. Así de fácil.


Laura Gutman

martes, 27 de enero de 2009

La depresión Posparto

En primer lugar definamos qué es el puerperio y su duración real. Considero que los famosos 40 días estipulados -ya no sabemos por quién ni para quién- tienen que ver sólo con una histórica veda moral para salvar a la parturienta del reclamo sexual del varón. Pero ese tiempo cronológico no significa psicológicamente un comienzo ni un final de nada.
Desarrollemos entonces una reflexión sobre el puerperio basándonos en situaciones que a veces no son ni tan físicas, ni tan visibles, ni tan concretas, pero sin embargo allí están.
Tomemos en cuenta que el punto de partida del puerperio, es “el parto”, es decir, la primer gran “des-estructuración emocional”. Para que se produzca el parto necesitamos que el cuerpo físico de la madre se abra para dejar pasar el cuerpo del bebé permitiendo un cierto “rompimiento”. Esta “fisura” corporal también se realiza en un plano más sutil, que corresponde a nuestra estructura emocional. Hay un “algo” que se quiebra, que se instala como grieta física y etérea al mismo tiempo y que permite pasar de ser “uno” a ser “dos”.
Es una pena que la mayoría de los partos los atravesemos con muy poca conciencia con respecto a este “rompimiento físico y emocional”. Ya que el parto es sobre todo un corte, un quiebre, una apertura forzada, igual que la irrupción de un volcán que gime desde las entrañas y que al despedir sus partes profundas destruye necesariamente la aparente solidez, creando una estructura en principio caótica y desenfrenada.

Después de la “irrupción del volcán” (el parto) las mujeres nos encontramos con el tesoro escondido (un hijo en brazos) y además con insólitas piedras que se desprenden como bolas de fuego (nuestros “pedacitos emocionales”, o nuestras partes desconocidas) rodando hacia el infinito, ardiendo en fuego y temiendo destruir todo lo que rozamos. Los “pedacitos emocionales” van quemando lo que encuentran a su paso. Miramos azoradas sin poder creer la potencia de todo lo que vibra en nuestro interior. Incendiando y cayendo al precipicio, suelen manifestarse en el cuerpo del bebé (como un campo húmedo, abierto y receptor).

Atravesar un parto es prepararse para la erupción del volcán interno, y esa experiencia es tan avasallante que requiere de mucha preparación emocional, apoyo, acompañamiento, amor, comprensión y coraje por parte de la mujer y de quienes pretenden asistirla.

El hecho es que -con conciencia o sin ella, despiertas o dormidas, bien acompañadas o solas, en crisis o a salvo- el nacimiento se produce.


Pero si atravesamos situaciones esenciales de rompimiento espiritual sin conciencia, anestesiadas, dormidas, infantilizadas o asustadas... quedaremos sin herramientas emocionales para rearmar nuestros “pedacitos en llamas”, obstaculizando la experiencia para que el parto sea un verdadero pasaje del alma. Frecuentemente, iniciamos el puerperio alejadas de nuestra conciencia. Para colmo, la tendencia social y psicológica intenta que las madres “estemos bien”, que rápidamente nos calcemos los pantalones ajustados, retomemos el trabajo y regresemos al mundo de la razón.
Entonces comienza a librarse una batalla entre el adentro y el afuera, entre lo activo y lo pasivo. Básicamente creemos que las cosas no deberían modificarse demasiado, que debemos seguir siendo las mujeres eficaces, inteligentes, puntuales, trabajadoras, creativas y maravillosas que hemos sido hasta entonces. Sin embargo algo raro acontece aunque fingimos serenidad. No logramos nombrar “eso” que percibimos y que no se parece a nada que hayamos experimentado alguna vez. Después de la excitación por la llegada del bebe, con el correr de las noches, del cansancio, del sueño y del deseo frustrado de recuperar algún vestigio de esa mujer que hemos sido, constatamos que el niño nos demanda si cesar, que no hemos tenido tiempo ni de orinar, que no hemos comido y que nuestros más exquisitos anhelos apuntan a dormir más de dos horas seguidas.
Desde nuestro interior, el ámbito emocional puja por aparecer. Desde el otro lado, nuestro “yo conciente” no está dispuesto a dejarlo cruzar. Comienza así la guerra interna: Entre nuestra identidad y las partes que no conocemos de nosotras mismas. Entre nuestro mundo interno y nuestro mundo externo. Entre lo que creemos que nos debería suceder y lo que nos sucede en realidad.
Pues bien, casi siempre perdemos esta guerra, ya que pretendemos librarla con los ojos vendados (huyendo de nuestro mundo interior). La derrota de esta guerra se llama “depresión puerperal”.
Solemos llamar “depresión puerperal” cuando lloramos sin saber porqué, aún estando felices con el bebe en brazos pero sabiendo que nada es como habíamos imaginado. Cuando nos desconocemos a nosotras mismas. Cuando nos asaltan temores infundados. Cuando creemos que este asunto de la maternidad no encaja con nosotras.
Ahora bien, llorar, no reconocerse, sentir que estamos en otro planeta, percibir emociones nuevas, experimentar una sensibilidad aumentada, son signos de conexión con ese nuevo estado sutil, que necesita desprenderse del mundo material para poder entrar en sintonía con el recién nacido. Es decir, es esperable que hayamos cambiado, que nuestras sensaciones y percepciones hayan virado hacia una modalidad más cercana a las vibraciones del bebe y se distancien del ordenamiento emocional de los adultos.
En la mayoría de los casos, las “depresiones puerperales” no son tales. Es decir, no hay nada que esté sucediendo que esté “mal” aunque hay mucho para comprender sobre este fenómeno. Posiblemente necesitemos un tipo de acompañamiento, de cobijo y de ayuda diferentes de las que estamos recibiendo. En la mayoría de los casos, necesitaremos más y mejores acompañamientos -siempre y cuando favorezcan el contacto íntimo con el bebé- , palabras de apoyo y de gratitud y menos opiniones sobre qué es adecuado hacer o no.
Cuando nos diagnostican una “depresión puerperal”, recibimos un abanico de propuestas: desde la consideración doméstica de una amiga: “ no te preocupes, a todas las mujeres nos pasa lo mismo", con lo cual nos quedamos boquiabiertas y sin solución, hasta la más extrema que es la medicación psiquiátrica recetada por un médico, cuando a veces ni siquiera ha intentado saber qué nos pasa, qué temas vitales hemos arrastrado, cuál es nuestra situación familiar o cómo hemos atravesado nuestro parto.
¿Cómo funciona la medicación psiquiátrica? Pues bien, borra toda vivencia perteneciente al “mundo sutil”. Nos conecta con el afuera: nos hace parecer compuestas, ordenadas, equilibradas y tranquilas. Todas las personas cercanas se calman ya que volvemos a “funcionar” en el mundo concreto: Podemos levantarnos, vestirnos, ocuparnos del bebé, sonreír a las visitas y dormir sin angustias desproporcionadas. Ese mundo invisible y terrorífico desaparece.
Sin embargo, el puerperio es uno de los pocos momentos vitales en los cuales alcanzamos los mayores niveles de lucidez emocional (mientras paralelamente nos volvemos más torpes que nunca en el plano físico). Ahora bien, con la medicación psiquiátrica se terminó la lucidez. El objetivo es adormecer las capacidades de conexión sutil de la conciencia para volver a conectarnos con el afuera. Paradójicamente, fue el esfuerzo por conectarse con el afuera lo que nos enfermó. Repito: la lucha interna por huir del “mundo emocional” hacia el “mundo concreto”, es decir, hacia lo que la mayoría de las personas entiende como “normal”, es el motivo desencadenante de las supuestas “depresiones puerperales” que en la mayoría de los casos, no lo son. Si la imagen que debería devolvernos el espejo es lo esperable desde el mundo funcional, procuraremos hacer lo imposible para asemejarnos a ese supuesto ideal, rechazando las nuevas sensaciones y percepciones cargadas de imágenes intraducibles. De ese modo perdemos la batalla, creyendo que deberíamos seguir siendo como éramos antes del nacimiento del niño.
Para no enfermarse, es indispensable abandonar esa lucha. Es necesario pedir ayuda y acompañamiento para la travesía. Entregarse a ese “otro lado” de nosotras mismas.
La “depresión puerperal” aparece más frecuentemente cuando no conseguimos o no admitimos compañía para navegar el océano de las emociones.
En algunos pocos casos, una depresión puerperal franca, deja a la mujer sin voluntad para salir de la cama sintiendo apatía o rechazo por el bebé. Serán casos a considerar particularmente, revisando la historia clínica de la parturienta y la totalidad de su historia de vida. Pero en términos generales, el llanto, el desconcierto, el dolor o la angustia durante el puerperio, son simplemente señales que nos indican un viraje en nuestras vidas, ya que estaremos obligadas a cambiar radicalmente nuestra manera de pensar, de sentir, de ser y de amar para vincularnos con un bebé recién nacido quien siente, ama y percibe en otra dimensión.
Si somos familiares o profesionales asistentes, acompañar amorosamente un período puerperal no es demasiado difícil, pero hay que estar dispuestos a preguntar sencillamente a la mujer: “¿qué necesitas hoy, de mí?”, guardándose el deseo de emitir opiniones. Tampoco es necesario comprender todo lo que le acontece a la mujer puérpera. No se requiere un psicoanálisis profundo. Con un abrazo alcanza. Y un poco de humildad.
Laura Gutman

domingo, 25 de enero de 2009

La niña que silenció al mundo

Entre a al blog de Marian muy lindo por cierto, y encontré un enlace a este blog,
Quería compartirlo con ustedes.