domingo, 11 de enero de 2009

EL ROL DEL PADRE


Frente al agobio, la confusión y el cansancio que padecemos cuando tenemos hijos pequeños, las mujeres quisiéramos tener a mano una serie de “obligaciones” para endilgar al varón a quien percibimos más libre y autónomo y con una vida que no ha cambiado tan drásticamente como la nuestra. Somos las mujeres quienes necesitamos creer que un “buen padre” se ocupa de tal y cual manera de los hijos que tenemos en común. Pero cuando esto no ocurre, nos abruma el rencor y la desilusión.

Los “roles” que cada uno asume son hechos culturales. O personajes que repartimos entre todos para que una escena pueda ser representada. De modo que, cuando un niño “entra en escena” (o nace), se nos desacomodan todos los roles que teníamos asignados. Las mujeres nos encontramos en lugares que no habíamos dispuesto para nosotras mismas, nos sentimos afuera del mundo, solas, exageradamente demandadas, desgarradas entre permanecer en los lugares donde habíamos forjado nuestra identidad, o pendientes de las necesidades del niño pequeño. Frente a este panorama, observamos al varón que no está ni desgarrado, ni peleado entre nuevas y viejas identidades, ni malherido, ni agotado. Por lo tanto, nos resulta evidente que tendría que asumir parte de las tareas que por carácter transitivo de género, hemos asumido las que hemos devenido madres. Y ahí se ponen de manifiesto los desacuerdos ocultos de la pareja.

Pues bien. Sobre todo esto vale la pena conversar. Porque la presencia de un niño nos obliga a pensar cómo vivimos, qué esperamos unos de otros, qué organización familiar estamos dispuestos a construir y cuánta generosidad tenemos disponible. Por otra parte, los “roles” que asumamos, serán funcionales de acuerdo a si los hemos “planeado” juntos o no. Por ejemplo, si asumimos que la madre se hará cargo emocionalmente del niño, necesitará que “alguien” se haga cargo emocionalmente de ella. Y el varón que tiene al lado posiblemente sea el mejor postulante para ese ”rol”. En ese caso, no importa qué es lo que hace en función de su paternidad, no importa si baña al niño o si se despierta por las noches para calmarlo. Porque “es” padre en la medida en que sostiene emocionalmente a la madre para que ésta tenga fuerzas afectivas suficientes para acunar al niño. En cambio, si la madre no tiene disponibilidad emocional para el niño, o no tiene posibilidades de permanecer a su lado porque la economía familiar depende de ella; posiblemente haya un varón más “cariñoso” y en apariencia “buen padre” que se ocupa del hijo. Sin embargo, de un modo poco visible está obligando a su mujer a abandonar su despliegue maternante y desviando su preocupación hacia la adquisición del alimento. En estos casos, el varón no posibilita ni facilita una permanencia suave y dedicada de la madre hacia su hijo. Y este no es un dato menor, aunque las mujeres modernas creamos que la igualdad de derechos se basa en que tanto las mujeres como los varones asumamos indistintamente la crianza de los niños; desde el punto de vista del niño, no es lo mismo recibir cuidados maternantes femeninos que cuidados paternantes masculinos. Y eso que ni siquiera estamos hablando de lactancia, hecho que requiere una permanencia y disponibilidad irremplazables por parte de la madre.

Lo ideal sería que los “roles” estén todos asignados para jugar el juego de la familia. La mayoría de las veces, esto no ocurre. Hay un rol que pocas veces asumimos, seamos mujeres o varones. Es el rol de quien se despoja de sus propias necesidades a favor de las necesidades básicas, impostergables, urgentes e irremplazables de los niños pequeños. Cuando desestimamos los tiempos lentos de los niños, la necesidad de contacto, de brazos, de presencia física y de escucha genuina; nadie asume su rol.
Hablar de lo que le toca hacer al padre o de lo que corresponde hacer a la madre nos coloca en la lucha interminable por quien logra resguardarse más a sí mismo. Es verdad que nos faltan jugadores para la escena familiar. En la mayoría de los casos nos hemos quedado sin familia extendida, sin barrio, sin aldea, sin mujeres experimentadas ni grupos de pares para hacernos cargo mancomunadamente de los niños pequeños. Estamos todos muy solos y exigidos. En ese sentido, los varones que desean ser “buenos padres” tampoco logran responder a las expectativas. Fallan. Están cansados. Reciben palabras de desprecio. Se sienten poco valiosos. Escasamente potentes. Y se supone que deberían hacer lo que no hacen, es decir, llegar temprano a casa, hacerse cargo del niño, calmarlo, jugar con él, ser paciente.

Pensar el rol del padre dentro de la familia moderna tiene que coincidir con un pensamiento más generalizado sobre cómo vivimos todos nosotros, cómo y dónde trabajamos, cómo circula el dinero, quién administra, cómo nos manejamos respecto al poder dentro de las relaciones, cómo circula el amor y el diálogo dentro de la pareja y sobre todo qué importancia le asignamos a la libertad y a la autonomía personales. Porque es importante tener en cuenta que si estamos apegados a la propia autonomía, el niño no logrará recibir lo que necesita. Y si recibe el tiempo y la dedicación, será en detrimento de la libertad de la madre. Y desde ese lugar de pérdida de libertad, las mujeres nos ponemos exigentes con los varones, queriendo definir claramente qué roles deberían asumir. Con lo cual, estamos todos enfadados unos con otros. Por eso, el tema no pasa por luchar para determinar quién pierde más libertad, asignando deberes a diestra y siniestra, sino por revisar qué capacidad de entrega tenemos unos y otros. La maternidad y la paternidad no se llevan bien con la autonomía y la libertad personal. Tenemos que estar dispuestos a perderlas, si nos interesa el confort de los niños pequeños. Y en este punto, es lo mismo ser varones o mujeres.

Tal vez sea tiempo de mirarnos honestamente y reconocer qué es lo que cada uno de nosotros está dispuesto a dar. Comprometernos a eso y no más. Aceptar nuestras limitaciones y darnos cuenta que nos complementamos. Que hay algo que el otro ofrece que uno mismo no sería capaz. Y que si no da “todo” lo que quisiéramos, no lo coloca en un lugar donde “no da nada” sino que “da algo diferente”. De ese modo pierden sentido todas las discusiones sobre los roles adecuados, lo que se debe o no se debe hacer frente a algo tan difícil como criar niños pequeños.


Laura Gutman

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